Freud se tardaba pensando la posibilidad de un aparato mnémico que registrando cada huella, pueda recordarla siempre y al mismo tiempo mantenerse susceptible de una nueva inscripción. La memoria y la conciencia se excluyen, fue su conclusión. Debió conocer a Fulano, llevaba este sobrenombre porque parecía todos los hombres en uno solo. Lo que lo “distinguia” y lo hacía merecedor de tan original apodo era que cuando le provocaba un afecto fuerte no lograba desembarazarse de este y al próximo momento no pasaba de la ira al llanto como se espera, o de la alegría a la tristeza o simplemente al olvido; sino que después de ese evento inicial podía pasar hasta semanas añadiendo sentimientos a veces tan encontrados que la lógica de los opuestos no funcionaban y que incluso hacían pensar a algunos que la tristeza y la felicidad no eran contrapuestos sino que podían superponerse de tal manera que estar triste no era lo contrario a alegre y ya nadie sabía a ciencia cierta que significaba lo que sentía…
Fulano lloraba y reía al unísono, parecía tener ira mientras su mirada era de paz y su ceño zurcaba desesperanzas. A veces pasaban horas y otras veces días hasta que después de una siesta o un extraño lapso, lograba despertarse ya solo con un sentimiento y no todos a la vez, se despertaba sintiendo que algo faltaba, no era la mejor de las situaciones pero ahora podía aburrirse, llorar, reír, vivir y esperar a repetir sus afectos encontrados…
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