Asistimos a una crisis que tiene tinte de revolución, pero que no es otra cosa que retroalimentación. Embargos llenan las calles no solo de los sin-hogar, sino de devoradores de trabajo, que incansablemente están al asecho de un empleo, la carencia crea carroñeros que se venden al mejor postor para poder cubrir la cuota necesaria para no ser un paria del capital y del imperativo del consumo.
La crisis de los embargos podrá poner en duda -para una mirada crítica- al sistema basado en la acumulación de capital; sin embargo, así cómo las llamas preparan con la muerte el abonado suelo, esta crisis es solo el resorte necesario para mantener más de lo mismo. Un nuevo empuje renovado de mano de obra y pensadores ávidos de ser parte de las filas de productores de nuevas divisas; se enfilan so pena de salir de la bolsa de empleos. El embargo no es más una garantía de pago de una deuda, sino que mantiene un saldo impagable, a pesar del embargo la deuda permanece. Este resto garantiza que puedan despojarte de todo, incluso de un techo, pero no puedes despojarte de tu condición de productor, ya que la deuda aplica cómo una culpa constante que te obliga a ser parte de lo mismo. Puedes perder tu casa, pero no puedes perder tu lugar de productor, tendrán que seguir pagando para seguir sirviendo al sistema.
NO es una crisis que rompe con un modelo o lo cuestiona, es una crisis necesaria para en el mayor cliché oriental de sacar partido de los mejores momentos, máxima que impulsa la lógica de un couching empresarial que esta dispuesto a sobrevivir a costa de una crisis ciudadana pero que retroalimenta el sostenerse en un sistema laboral que obedece al capital.
Es cómo si el santo Francisco, aun desprendido de sus ropajes o habiendo sido embargados, tenga que volver a trabajar ahora desnudo en el comercio de telas de su padre. La crisis social no solo enmarcara una crisis del sistema, sino que la retroalimenta cómo el fuego incontenible que consume y solo crea más fuego. Con tantos trabajadores apilados, la llama encandila que enceguece.
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