LA ÚLTIMA FRONTERA

                                                                                                         Quasar


Borges alude al nombre aquel imposible de pronunciar, causa primera de la que se ocupó Aristóteles, el detonador del Big Bang, comienzo y fin del Universo como lo conocemos. ¿Cuál es el verdadero objeto de conocimiento que llama a la humanidad? Científicos descubren nuevas teorías sobre el cosmos, apasionante tarea,  parecería que la razón de ser de esta búsqueda está dada por sentada, pero es que quizás las preguntas no se forjan allá en lo extraterrestre ni en las pretensiones más elevadas de encontrar un mundo que albergue la angustia de nuestra inminente extinción; la pregunta misma por la causa y el final es posiblemente una respuesta que se aleja de la fórmula completa de Einstein y que aceptar su vacuidad sería tan devastador como resolverla.
Nietzsche narra el mito del eterno retorno, un demonio, como el socrático, –no podría ser otra cosa- es el que devela la tragedia dela repetición incesante, el nacimiento se vuelve vida y la vida es muerte. Conjugar en un mismo momento el Eros y Thanatos parece una contradicción –digna de las cavilaciones freudianas- , una referencia lógica imposible de resolver mediante el modelo de la causa y el efecto. Si representamos este movimiento con vectores veremos que su dirección se contrapone, por eso Nietzsche posiblemente plantea una temporalidad circular.
El pez que se muerde la cola forma un círculo y no una linealidad. El tiempo circular Nietzscheano se vuelve inconcebible, pero ¿Qué es el tiempo? La teoría de la relatividad y la explicación del comienzo y fin del universo en el Big Bang, nos coloca en la lógica temporal de una repetición incesante, donde la materia y la energía se expanden y se contraen quien sabe cuántas veces. El paradigma de lo mesurable pierde sentido cuando nos planteamos la eternidad, en una eternidad de repetición donde la muerte provoca el nacimiento que devendrá uno nuevo, el tiempo se vuelve un eterno ahora. ¿Cuántas veces el universo ha envejecido y vuelto a nacer?  ¿Cuántas veces esta pregunta ha sido planteada en otras eternidades?
El eterno ahora pulsante entre la vida y la muerte que son una misma causa destruye todo referente absoluto. Tal vez ni el mismo Nietzsche, aunque pudo concebir al ser más falaz del universo en un lapsus temporal intrascendente, pudo imaginar una repetición que no sea de lo mismo, repetir una vida idénticamente hace de nuestros actos más graves como lo dice Kundera y al mismo tiempo su trascendencia se disuelve, pero la repetición como con Sísifo solo perdura su condición y su ser. Desastroso sería pensar que quizás la repetición es más devastadora, que ese orden universal en medio del caos no es padre de nuestra condición, y que el devenir reúne a Parménides y Heráclito no en una sustancia sino en un no-ser.
Exiliados de nuestra condición natural somos imagen y semejanza del orden universal que ha marcado nuestra evolución, un salto hizo falta para exiliarnos, aunque no ajenos, de este orden del cosmos. Las paradojas de las que somos presas en lo simbólico y el lenguaje parecerían encontrar referentes en la inmensidad del universo y sus enigmas. Podría ser reconfortante pensar que la solución de la última formula que explique nuestro universo resolverá también el peso de la piedra filosofal que cargamos a cuestas, ser dioses de nuestra condición, el Golem con ojos más de perro que de persona, más de cosa que de perro, quizás resolver la paradoja sea el comienzo del fin.

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