UNA NOCHE LARGA

Habiendo intentado ya varias veces dejarlo por hoy. Intuye una noche larga. El punto final no llega para tranquilizarlo. Mientras todos duermen, se desvela motivado por una historia que no cuaja. Su arte de escritor tuvo siempre menos de academia que de terapia y algo de esotérico. Cuando parecía haber decidido dejarlo, retoma el hilo para agregar una palabra más a la serie incompleta de su cuento. Al poco rato regresa, chasquea las teclas e inmediatamente amaga nuevamente una huida, son varias noches que solo el llamado de la naturaleza le recuerda su cuerpo, si tan solo podría dejarlo durmiendo junto al de Irene para terminar al fin este interminable relato.

A la mañana siguiente discutiría con ella. Una mujer sospechosamente pulcra, profesional y muy ordenada, sabe siempre donde colocar el día y la noche. Le reclama su desorden, que no luzca corbata, ni tenga silla fija en uno de tantos cubículos ya destinados desde las expectativas paternas. Esconde cierto desprecio inconfeso por el arte que la enamoró, no tanto por insensibilidad literaria, sino porque le recuerda que su amor reposa en las cartas junto a las postales de otros tiempos que nunca más volverá a vivir.

Las riñas como era costumbre, empezaban de manera absurda, un pretexto cualquiera como la historia que esa mañana la desencadenó. La tetera anunciaba a gritos el punto de ebullición, mientras el noticiero llenaba el vacío de la pareja con la crónica roja, propia de los primeros reportes matinales. Una mujer indigente había sido quemada viva durante la noche, aparentemente por el juego insensato de unos adolescentes, lo anunciaba la voz grave del reportero. Escandalizado se acerco a la pantalla, que casi podía imaginarse el dolor intenso. Irene lejos de conmoverse con lo gráfico de las imágenes, le dice con desdén, mira, esa si es una verdadera historia que contar. 

En ese momento no alcanzó a reconocer el menosprecio que escondían las palabras de su esposa. Pero le bastó para comenzar un toma y daca que se acaloró intentando resolver el descuido de unos padres, la personalidad de un líder perverso, pasando por la siempre actual sociedad enferma. Sin llegar a elevar el tono de voz, la discusión se interrumpió con el portazo conocido ya por los vecinos, que anunciaba la salida de una mujer insatisfecha. Qué habría querido decir su esposa con una "verdadera" historia, pensaba, cómo si sus historias cargadas con el esfuerzo de todas las noches no merecerían el calificativo de la verdad, cómo competir con la realidad armado tan solo con su ficción.

Ya en soledad, le asalta un argumento que no terminaba de dar forma obligándolo a descifrarlo. Lo buscó en sus pensamientos, era una idea vaga, algo inquietante que lo llevó a espiar viejos cajones. Recibos que perdieron su importancia, regalos de mal gusto ajenos al desgaste, fotografías de gente que no reconoce, unas viejas cartas de amor que apartó sin interés y ahí estaba olvidado, un escrito en el que ya no se reconocía. Era un cuento con poco estilo, sin mucha técnica y demasiado largo para su propio gusto, seguro uno de esos primeros ensayos en la academia. Narraba una escena policíaca llena de lugares comunes, un testimonio, una vecina testigo, un transeúnte cómplice, una historia de amor; todo giraba alrededor de la muerte de una mujer abrasada por el fuego. Irene volvería en unas horas y sintió la prisa de corregir el cuento, como quien elimina las huellas de un crimen. Se enfrascó en cavilaciones, pasó de la pluma al teclado, pero la historia se resistía a sus recursos literarios. Quiso justificarlo con sus acostumbrados bloqueos creativos, hasta estuvo a punto de reconocerse cómo un fracaso, pero no pudo ver que le faltaba una causa, un argumento que no le pertenecía. El portazo anunciaba el regreso y un motivo del crimen que le era ajeno.

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