GOZA MIENTRAS PUEDAS

Puesta en escena: actos sexuales se exponen frente a un público, posiciones masturbatorias en las tablas del teatro,  reivindican, a través de la fuerza expulsora de los fluidos, la libertad sexual femenina. El diálogo son recetas de una liberación sexual que invita a la desnudes del público. La mirada goza de las agujas que recorren la piel. Un corazón de cordero esta siendo devorado como ritual satírico que profana el sagrado amor romántico. Esta es una performance, cumpliendo ya su función en tanto algo interroga. No es el punto moralista, ni lo visceral de la puesta en acto lo que interesa. 

Una de las premisas de las que el psicoanálisis puede dar cuenta es que el goce y la culpa no solo no son excluyentes, sino que conservan una relación directa. A mayor monto de goce, la culpa aumenta,  lo contrario es también la regla; es la relación que Lacan hizo de Kant con Sade. A más de un siglo de los primeros textos freudianos, el destino esperado en el Malestar de la Cultura de un aumento en la represión sexual en los discursos sociales no ha sido tal. Asistimos a lo que para unos es libertad en tanto para otros se considera un descaro. No hay que olvidar que ello no implica que el goce sexual no siga siendo un imperativo y que la culpa se esconda detrás de otros señuelos.

Si el goce que la culpa implica estuvo relacionado con una represión sexual, la liberación de los tabús confirma por otra parte, que asistimos a una desnudes brutal del imperativo de goce. Gozar es también aquello que mediante el síntoma protege al sujeto de la angustia, y esta última no es sino la señal de una falta de la falta. Podemos concluir que donde falta el tabú, será erguido otro tótem, tan alto cómo alcance a subirse cada quien; en una época que impone su propia economía libidinal de la cima del éxito ¿Qué angustia es la que oculta este imperativo a gozar?.

Si el tabú del sexo a perdido peso, la culpa ahora se instala en el voyerista que esta frente a la desnudes de los objetos, cubiertos de ropajes trasparentes, detrás de los escaparates o a salvo por la brecha infranqueable que mantienen los ideales de la publicidad. Sitios irreales, belleza inalcanzable, mantienen mi deseo insatisfecho y voraz. Vitrinas con ropajes del ver y no tocar, que resguardan cierta distancia con los semblantes de objeto, augurando la garantía de un goce atiborrado que resulta nunca suficiente. ¿Donde encontramos los efectos de la culpa en la mudanza de un tabú sexual que ahora se confunde y subestima como moda? Quizás algo se perciba instalado en las nuevas demandas clínicas que apuntan a pedir una cura de éxito, imperativos de un sistema que ha aprendido a operar con la expansión bajo la lógica del exceso. No son otra cosa que  los límites devorados por el capital. Este vértigo nada inocuo, arranca un apuro de goce hasta a los menos incautos, llevándolos al desfiladero de la angustia ahí donde se promete estar colmados.

Cuando los veganos vieron en la puesta en acto, después de la eyaculación femenina, comer el corazón de un cordero, no defendieron el desvalorizado amor romántico, pero alzaron su reclamo contra lo que percibieron como una barbarie animalista. La creciente necesidad de transgresión permite ahora cualquier acto que conmueva a la asistencia, pero en este caso, de desnudes desencarnada, se reemplazo el tabú del corazón por la ya manoseada manzana que recuerda las delicias de otras culpas divinas y prohibiciones terrenales.

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