Desde nacer perdemos, nos extraviamos pero también crecemos. Hay una edad sin embargo en la que al fin nos encontramos perdiéndonos, un poco solos, pero con la promesa de un futuro que es la reivindicación de un presente infinito.
Adolescemos en ese entonces del tiempo, y no somos conscientes de la mortalidad hasta que llegando a cierta experiencia comprobados que no somos inmortales mientras perdemos la vista, el oído, la vida. Y entonces recordamos que el enigma no es que es la vida, sino que nacemos para experimentar y acoger la muerte.
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