LA APUESTA DEL AMOR

Partamos de una premisa: El amor es un acto de fe. Apostamos lo que tenemos de Ser para Ser dos, dos que no son Uno. El amor es una apuesta en la que sabemos que vamos a perder, al igual que el juego del Póker, la apuesta es simplemente para seguir jugando, no hay momento en el que  podamos retirarnos sin perder algo.

Amor es un acto de fe, no solamente en el sentido religioso que se añade al término, sino porque algo de lo que se juega en el amor nos excede, nos rebasa. ¿Quién puede controlarlo todo? ¿Quién controla  en otro los horarios de la excitación, el goce, el deseo?  Nadie puede pretender hacerse cargo de la sexualidad de alguien más. Los padres que tampoco tuvieron las respuestas, porque las que les dieron no les satisficieron, pretenden evitar este desencuentro a sus hijos. La sexualidad es diferencia, lo que falta y sobra en el encuentro entre dos cuerpos. Pretender una sexualidad libre quizás es tan absurdo como querer controlarla.

No podemos transgredir las normas del juego, ni el libertinaje ni el ascetismo –aunque siempre pueden ser opciones- no responden a la pregunta por el amor. Amar implica aceptar que hay algo que falla en la diferencia que hace que se necesite dos para ser  amados y como dos no pueden ni tienen porque ser Uno.
Siempre existe la posibilidad de quedarse en un estado de seducción perpetuo que no permita enfrentarse a la falta, o se puede también como un acto fallido morir como Romeo y Julieta justo antes de empezar a enfrentarse con la caída de la ilusión. Se puede también jurar un te quiero para siempre e insistir en que lo sea mientras dure. Se puede por otra parte también aceptar aquello que le falta a las mitades de la naranja, no para completarla sino para seguir apostando.
Amar es quizás como en la película de Subiela: “el lado oscuro del corazón”, buscar la que sepa volar sabiendo que se va a caer y a pesar de aquello continuar.

Santiago Rueda M
13 de diciembre de 2010

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