La condición de la maternidad es uno de los enigmas del mundo. Resultan infructuosos los intentos por entenderla desenredando cromosomas, cadenas de proteínas, reproducción celular. A veces parece que se acercan más a estos objetivos aquellos que hablan de amor y placer. Siempre asintótico, el enigma de engendrar nos reúne en los dos filos de la cuchilla como hijos y padres. La pregunta de dónde vienen los niños, no es una curiosidad infantil por los órganos sexuales sería más bien una pregunta histórica, aquella que genera esa curiosidad de antepasados y de vidas ya casi olvidadas que se inmortalizan en nuestros mitos familiares y los secretos ominosos, paradójicamente los más públicos y silenciosos.
Ya Borges hablo del Golem con ojos más de perro que de hombre y más de cosa que de perro. La palabra innombrable y perdida para siempre se hace presente en cada nacimiento. Sorpresa profunda debe ser la maternidad cuando se comprueba efectivamente que el fruto cae del árbol para empezar a madurar lejos, un acto de fe es la paternidad cuando el hijo nace lejos y madura aún más lejos pareciendo siempre ajeno. ¿Qué sería de la selva si no fuera madre? Madre que es en sí misma hija, vientre, feto, niño y muerte. Si la selva no sería madre, no sería selva, no sería nadie.
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