CRISIS DEL PSICOANÁLISIS <> CRISIS DEL PSICOANALISTA


La consistencia del psicoanálisis


El psicoanálisis tiene su especificidad
en el campo de la subjetividad. 

El conflicto entre los paradigmas de las neurociencias-cognitivas y el psicoanálisis, radica en que actúan sobre campos diferentes, lo que no implica necesariamente su oposición. El psicoanálisis tiene su especificidad en el campo de la subjetividad, entendiendo campo como en su aplicación en las ciencias físicas, donde se define por el espacio que abarca los efectos de una magnitud,  por ejemplo, una carga electromagnética. Si dicho campo en el psicoanálisis se ciñe a lo subjetivo de la experiencia humana, no con ello los bordes de su efecto son delimitados o siquiera reconocidos. Cabe entonces la pregunta ¿hasta dónde se circunscriben los efectos subjetivos del ser hablante?

Asistimos a una época de ruptura, si bien toda época es de ruptura en tanto no es siempre la misma. En estas primeras décadas del segundo milenio comprobamos los efectos todavía presentes del siglo pasado, en el que en sus comienzos nace precisamente el psicoanálisis. En el ámbito del conocimiento, la ciencia regida por un método riguroso hace avances que le facultad ubicarse como un saber consagrado y hegemónico. Todo lo que quede por fuera del paradigma científico y su demostración no es válido, y pasa a ser asociado con el oscurantismo erradicado por la época de las luces. Aquello que no encuentra solución por la ciencia, en el mejor de los casos queda pendiente para su comprobación bajo la esperanza de una mejor tecnología que faculte su medición. En este escenario el psicoanálisis ha logrado instalarse como una ciencia privilegiada respecto a la subjetividad, a costa de tener que ubicarse en un lugar de exclusión propio de las implicaciones estructurales que tiene su formalización del sujeto y el objeto en psicoanálisis lacaniano; que no se acoplan a los ideales cientificistas. 

La formalización de los conceptos lacanianos implica un trabajo riguroso, como lo mostró Lacan en su vasta producción, realizando lecturas filosóficas, lingüísticas, topológicas; para a su vez alejarse de estas ciencias en la formalización sui generis de sus conceptos. Adentrarse en el psicoanálisis implica un esfuerzo epistemológico, que a su vez necesita del apuntalamiento de la experiencia analítica para dar cuenta de su pertinencia. Esta dificultad propia de la teoría y práctica  psicoanalítica, si bien no es garantía, da cuenta de su rigurosidad y a su vez se vuelto un velo insondable para el diálogo con otros campos del conocimiento. 

En esta época de ruptura, vemos como las ciencias se burocratizan, avalándose en publicaciones científicas que basan su reputación en sistemas de citación circulares, primando la lógica de la evaluación. Un aumento exponencial de profesionales -necesarios para un sistema que se sostiene en la acumulación y el ideal de éxito- obliga a los Estados a la revisión de su regularización, que no es otra cosa que un sistema de control que resulta como medicina ser peor que la enfermedad; ya que separa las aguas de los habilitados o no a ejercer una profesión de acuerdo a los criterios tecnocráticos del burócrata de turno. ¿Al servicio de quién está la producción de conocimiento?   

Si las ciencias médico-biológicas, psiquiátricas, neurocientíficas tienen el lugar privilegiado del aval científico, es a costa de cubrirse de los efectos del campo de la palabra-sujeto, es decir, de la subjetividad. Sin posibilidad de entender su ceguera refuerzan su rechazo al psicoanálisis en concepciones reduccionistas, basados en la ignorancia de la teoría o en el mejor de los casos en su total desconocimiento. Esto no solo afecta al psicoanálisis, su lugar en la práctica y su transmisión, sino principalmente a los paradigmas que no pudiendo apuntalarse en la subjetividad, no disponen de un punto externo  que module sus propuestas metodológicas y su práctica, dejando claramente de lado el campo subjetivo propio de los sujetos a quienes asisten.

Por otra parte el psicoanálisis lacaniano ha soportado los avatares de una época excluyente del sujeto, que como lo indicó Lacan es también su condición necesaria. Este esfuerzo por la transmisión de la teoría ha estado envuelto en conflictos politico-institucionales que dan cuenta de la neurosis transferencial que el psicoanálisis padece. Victimas todavía del estilo lacaniano -necesario quizás para establecer la rigurosidad y especificidad del psicoanálisis- la transmisión de la enseñanza de Lacan reproduce su posición crítica provocadora, que si bien tiene el efecto de desenmascarar las ideologías yoicas que se imponen en la psicología, la filosofía y la psiquiatría; también provoca su rechazo y principalmente su hermetismo.

El padecer trasferencial del psicoanálisis es de carácter estructural. Al no poder hacer consistir  los conceptos psicoanalíticos en la lógica de la evidencia y el método, nos obligamos como psicoanalístas a estar advertidos que no exíste garantía, lo que conflictúa la autorización de un analista en su práctica y los modos en que se hace teoría. Es fácil en este contexto correrse a buscar su consistencia en la autorización transferencial. No existiendo ser de psicoanalista, ni formación académica que lo garantice, muchas veces hacemos consistir los conceptos en referencia a la autoridad que los avale, enfrascándonos en lecturas minuciosas que se corren de la rigurosidad de la producción, al deciframiento del maestro por el maestro. 


¿Qué salida es posible a la neurosis de transferencia con los maestros y sus efectos en la formación y transmisión del psicoanálisis? Cómo analista en formación, el encuentro con lo Real de la experiencia analítica y la caída del ideal de la erudición, facilitan la entrada a un momento crítico que no encuentra consuelo en los ideales sociales, ni en una práctica científica del control y la reparación. Advertidos de que no es por vía del saber ni del amor que el objeto encuentra su consistencia, ¿Es posible salir de la crisis? Dejo abierta la pregunta por la función de la Escuela.

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