CEREBRO Y LENGUAJE: ¿Es posible una aproximación multi-paradigmática?

Si nos regimos por la lógica evolucionista, es evidente que el sonido estuvo antes que el cerebro. Por supuesto, estrictamente hablando, no hay posibilidad de sonido sin el órgano sensorial. Sin embargo, caricaturizando un proceso evolutivo; las fluctuaciones de presión del aire producidas por un objeto al caer, el golpe entre las partes del propio cuerpo, o la presión del aire que sale del orificio por donde los aun no humanos se alimentaban, fueron modelando al "cerebro parlanchin". Si el sonido precede al órgano, entonces no es el cerebro quien evolucionó para que hablemos, por el contrario fue el sonido y el complejo de los sentidos que vienen de fuera los que fueron modelando un cerebro hablado. Esto no es nada nuevo para la ciencia, pero si descentramos el interés en la materia biológica, podemos decir que el cerebro es también dependiente del lenguaje y por supuesto, podemos añadir un viceversa.  

Cada vez que un niño nace comprobamos que no viene al mundo con el lenguaje, por el contrario, la lengua le viene de afuera habitándolo. Incluso ante la falta de lenguaje, vemos que las funciones superiores del cerebro no se desarrollan. Un "humano" fuera del lenguaje no procesa la información abstracta, no planifica ni evalúa como lo hace un niño que esta inmerso en la palabra. Las experiencias de niños que han crecido aislados, revelan que su comportamiento es más parecido a un animal. En estos casos, una vez encontrados, su mayor humanización es correlativa al grado de inmersión en el lenguaje que han tenido.  

Cuando me refiero al lenguaje no lo hago solo a la palabra vocalizada, me refiero a la función simbólica inscrita en la relación al otro. El otro se dirige a un cuerpo tierno suponiéndole un sujeto que entiende, que quiere, que desea y en este movimiento inscribe a la vez el deseo del niño. Es por esto que el lenguaje no debe reducirse meramente a su  función de comunicación, o su función cognitiva intelectual. El lenguaje es la operación que crea una relación subjetiva con el semejante, que humaniza e inscribe la subjetividad. El lenguaje es un complejo  estructural simbólico discreto e infinito. Junto con su función metafórica y metonímica, es decir, de asociación y continuidad, sirve de materia de la memoria como inscripción significante, como huella. Si el lenguaje es tributario del cerebro, no por ello deja de ser en sí mismo un objeto de estudio necesario para la subjetividad, siendo imposible reducir los efectos subjetivos del lenguaje a su mera relación al órgano, ya que no depende solamente de las leyes fisiológicas. El psicoanálisis lacaniano rescata nuestra condición de seres-hablantes y el hecho de que nuestra realidad subjetiva esta inscrita dentro de la estructura del lenguaje, es decir, que nuestra realidad no se reduce a  la de la materia que nos rodea, sino que implica la lectura lenguajera que cada uno hacemos de ella. 

Me quiero servir de esta reflexión, para ver las implicaciones en los modos en que hacemos conocimiento. Hemos dado una preeminencia a la materia, lo que implica que la sustancia cerebral tenga más interés que la sustancia lenguajera o subjetiva. Si el cerebro se modela según el lenguaje, y a su vez no hay lenguaje que no este inscrito en el orden del formato biológico que lo acoge; la investigación no debe centrarse únicamente en el estudio del cerebro como órgano generador de realidad. Siendol cerebro hablado y moldeado por el lenguaje, los neurocientíficos deben preocuparse también  sobre qué es el lenguaje en su dimensión subjetiva. 

La dualidad mente-cuerpo y la preeminencia por la sustancia material, es el padecimiento ideológico no reconocido de la época. El avance  necesario de la ciencia tiene el efecto de inscribirse como una verdad irrefutable. Nuestra formación académica pasa por la burocratización universitaria del conocimiento al servicio del mercado, impidiendo una formación multiparadigmática. La generación de conocimiento se ha vuelto un campo de batalla en el que priman los narcisismos. Dejamos de defender teorías para defendernos. Miembros de una institución opuestos a otra, identificados y armados con el escudo del alma máter; fortificados en los privilegios o prestigios sociales que una disciplina tiene sobre otra, nos enfrentamos en nombre del conocimiento al rechazo del paradigma que excluimos e ignoramos. 

La mayoría de posiciones que defendemos las defendemos porque nos gustan, y nos gustan por una contingencia. Una elección vocacional temprana, la clasificación del bachillerato entre físicos, sociales o químicos, la profesión de un familiar con el que nos identificamos, el resultado de una prueba de aptitud universitaria, o simplemente por el prestigio de un docente o la pertenencia a una institución. Desde estos lugares armamos fortines de identificación que defender. 

Teorías de la subjetividad como el psicoanálisis lacaniano se resisten a entrar en la ideología científica, su noción de sujeto no se sostiene en las bases biológicas sino en los efectos que la estructura del lenguaje tiene sobre un cuerpo subjetivo, significante y no biológico. Esto le ha merecido al psicoanálisis un lugar de exclusión, desde donde los psicoanalistas nos refugiamos marcando aun más las distancias. 

Es importante tanto para científicos como para psicoanalistas establecer un diálogo epistemológico abierto. Esto no implica un eclecticismo ingenuo, ni la complementariedad entre los saberes. Hay que tomar posición, y las habrá que sostener desde su propia rigurosidad y contradicciones. Sin embargo, dichas posiciones deben sostenerse en un recorrido de investigación abierto y no atrincherado en la repulsión y la ignorancia. La historia demuestra que los verdaderos avances en el conocimiento no están mediados solo por vía de un nuevo descubrimiento en el saber, sino por las rupturas ideológicas de las épocas, permitiendo nuevos paradigmas para impulsar otros modos de entender e investigar.

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