Noticia:
“Hitachi
ha introducido hoy un sistema que, al menos, promete predecir dónde y cuándo es
más probable que ocurra un crimen investigando una serie de datos desde estadísticas
criminales a los mapas de transporte público, desde la previsión meteorológica
a las redes sociales.
Hitachi
no cuenta con superhéroes, cuenta con su Predictive
Crime Analytics(PCA), cuyo "superpoder" es recoger una
cantidad inmensa de daros de sensores y datos de Internet de múltiples fuentes.
El machine learning es la nueva meca
de la Inteligencia artificial y, por ende, del futuro. El objetivo es construir
una red computacional distribuida que aprenda de los datos recopilados para
extraer patrones y anomalías que nosotros los seres humanos no somos capaces de
detectar por la increíble cantidad de datos a analizar y operaciones
matemáticas a realizar”[1]
Propongo a partir de esta noticia
reflexionar sobre los ya conocidos efectos del Bigdata y proponer qué sería una
revolución industrial tomando en cuenta los efectos en el lazo social que
acompaña. Para a continuación cuestionar la vía del orden y el control frente a
la necesidad del pacto. Por último rescatar paradójicamente la crisis como una
herramienta de resistencia subjetiva frente a los esfuerzos de remediar el
malestar en la cultura.
Es sabido que las armas que utilizan “los
unos” han sido susceptibles de ser utilizadas por “los otros”. Bienvenidos a la
era del Bigdata, ya aparecerá con más escándalo en las noticias el “Hitachi” del
crimen, siempre con cañones o procesadores más poderosos.
Pistolas, diagnósticos, pastillas,
bigdata… ¿herramientas para apalear (o provocar) la precariedad del lazo
social? Propongo plantear que una revolución tecnológica no puede pensarse
solamente en términos de los paradigmas del rendimiento de las máquinas o el
procesamiento de la información. Una revolución tecnológica implica un cambio
de paradigma radical frente al uso que hacemos de la tecnología, y es bien
sabido que la evolución tecnológica ha ido de la mano y al servicio de las
relaciones de poder vigentes. Monarcas, feudales, burgueses, empresarios, se
han adaptado y a su vez provocado cambios tecnológicos que organizan modos
discursivos de ordenar el lazo social.
Si sumamos argumentos críticos al
controversial uso del Bigdata, en las aplicaciones de Inteligencia artificial
en las “ciudades inteligentes”, es fácil caer en la cuenta de los fines
posibles e incluso quizás inevitables de control y normalización. Ya Freud en El Málestar en la Cultura (1930) da
cuenta de cómo los “valores sociales” de orden e incluso higiene están al
servicio de la represión. Lo que Freud llama represión no es sino la
resistencia ante el agujero imposible que se abre y que viene a ser llenado con
artificios y dispositivos sociales, diseñados para suturar la imposibilidad del
lazo social.
Si por estructura la relación
complementaria no existe entre los sujetos sociales, ¿qué estamos defendiendo al criticar el uso
cicatrizante del bigdata? Hay que entender que el agujero en las relacione
sociales son a su vez lo que las permite y provoca. Paradójicamente el uso de
la tecnología para tapar la brecha del orden social, resulta persecutorio e
impide que haya la posibilidad de un verdadero pacto.
La posibilidad del pacto se da
solamente en tanto no hay garantías, ahí donde la regla natural falla y hay que
vérselas con el valor de la palabra. Hay que insistir que el pacto es solo
posible en el orden simbólico. Lo simbólico implica poner una cosa en el lugar
de otra y eso vuelve imposible establecer un punto de referencia que garantice
una verdad. Justamente por ello, las implicaciones de establecer un punto de
capitón tienen valor de pacto.
La ley, simbólica por definición,
intenta anclar el orden simbólico planteando las reglas del juego y sus
penalidades. Comprobamos a diario que por vía del control o el contrato no hay garantía
de regular el lazo social. Es necesario entonces volcar los esfuerzos, no a más
efectivos sistemas diciplinarios o de control, sino a mejores dispositivos
sociales que generen lazo social a través del pacto.
Si la nanotecnología molecular, el
Bigdata, los criterios diagnósticos, entre otros esfuerzos, podría “resolver” la falla en el lazo social, dejaría
de haber lazo, lo que anuda ya no sería más necesario. Instalada esta utopía,
la crisis deja de existir, dado paso a la distopía del fuera de la
subjetividad. Los esfuerzos bajo la pretensión de taponar lo que falla no solo
están por estructura destinados a su fracaso, el peligro está en que en su
obstinación instalan una promesa ideológica que tiene como horizonte la
negación del sujeto, es decir, de la dimensión subjetiva propia de la crisis.
Si definimos la crisis como el
encuentro reiterado con lo que falla, hay entonces que preservarla. Una
dimensión necesaria de la crisis es la que tiene el efecto de ahuecar para
provocar las invenciones sociales y subjetivas. Quizás es necesario dejar un punto
ciego al ojo del Bigdata para preservar la necesidad del pacto sobre el
control. El reto está en crear dispositivos discursivos y sociales que
posibiliten el pacto sobre el control como herramienta de resistencia subjetiva
en el lazo social.
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